Muchas de las dudas que nos surgen de nosotros mismos y sobre lo demás provienen de reglas (tengo que y deberías) que vamos aprendiendo a través de nuestra maduración como personas. Las tomamos de nuestros recuerdos y de nuestros modelos, creándonos en nosotros mismos las expectativas de cómo hemos de comportarnos y de cómo han de comportarse los demás.
Si los demás fallan en cumplir con nuestras expectativas, entonces nos sentimos defraudados, tristes y furiosos. Si nosotros también fallamos en vivir los standards que nos marcamos, nos llenamos de dudas y de sentimientos de culpa.
Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con las personas perfeccionistas: fácilmente caen en emociones desestabilizadoras al tratar de vivir bajo sus propias exigencias y mantener expectativas demasiado altas sobre sí mismos y los demás: “Mi rendimiento tiene que ser perfecto”, “Los demás tienen que respetarme siempre”. Si no se cumplen sus expectativas, por ejemplo su trabajo es bueno pero podía haber sido mejor, estas personas pueden generar la reflexión: “Nunca hago nada bien” lo que les produce frustración y tristeza.
Las personas rara vez son conscientes de sus “tengo que”. De lo único que se dan cuenta es de los resultados de estos: las quejas, regaños y culpas.
Veámoslo en un ejemplo, de nuevo, una pelea de pareja: Adolfo llega a casa contento porque ha conseguido un nuevo cliente en el trabajo y quiere compartir su alegría con Sara mientras que Sara ha tenido un mal día con su jefe y también quiere compartirlo con Adolfo. Sara piensa que no “tendría que” tener estos problemas en el trabajo y que Adolfo “tiene que” escucharle y simpatizar con ella. Adolfo, que la encuentra con cara larga piensa que él no “tendría que” escucharle los problemas a ella y que “tendría que” tener una pareja que fuera alegre y complaciente así que cuando llega la hora en la que ella empieza a hablar de problemas él quiere cambiar de tema de conversación de tal modo que Sara interpreta que él pasa de ella al no cumplir sus expectativas “tendría que escucharme”. Al sentirse dolida ataca a Adolfo acusándole de que nunca la escucha, lo cual despierta en Adolfo la necesidad de defenderse por que él no “tendría que” escuchar críticas de ella.
Esos “tengo que” en ningún momento quedan expresados, simplemente se toman por hechos de lo que “debe de ser”. Como pensamientos automáticos, eran señales mentales para atacar al otro. El ataque comienza con la llegada de la imagen negativa del otro: “Él nunca escucha”, “Ella siempre me critica” lo que les da un motivo para iniciar la carga y nombrar la fuente del problema: las acciones del otro.
La pareja está ofendida por la imagen negativa del otro, pero atacan a la persona real. Los dos estaban convencidos de que los propios requerimientos eran obvios y razonables, mientras que los del otro no lo eran, vista la violencia desatada entre ambos. De lo que no se daban cuenta es que sus requerimientos eran reclamaciones invisibles que insistían ser respetadas, pero que ninguno expuso abiertamente.
Como la pareja no consigue identificar la fuente real de sus problemas, atribuyen su malestar a alguna cualidad negativa de su pareja en lugar de a un desajuste de expectativas.
Los “tengo que” son muy sutiles y son muchos. Aprovecha esos momentos de duda, de confrontación contigo o con otro a para identificarlos, ¡verás que son muchos! Con el tiempo y disciplina dejarás de ser esclavo de ellos.
De Aaron T. Beck Love is Never Enough
3 comentarios:
Muy bueno, viejo.
Una de las cosas que he aprendido de mis padres es que nunca debes esperar del otro lo que tu quieres que suceda.
Muy bueno!
Pablo estoy viendo que siempre se aprende contigo eh! ;-) muy interesante si, para tenerlo siempre en cuenta.
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